domingo, 29 de junio de 2014

EN CUANTO A KEYNES



La mercancía, esto es, el producto, ha existido siempre y mientras exista el ser humano siempre existirá, por mucho que cambie su forma de distribución. En una economía como la nuestra, en que lo que cuenta NO es la utilidad de un producto sino únicamente su capacidad de venderse y transformarse por mediación del dinero en otra mercancía, hay ocasiones, como en la actualidad con tanta proliferación de “empresas” on line, en la que la mercancía que se vende es cero y su resultado es cero. Pero gracias a la publicidad y al dinero recibido en forma de subvenciones de los Estados, estas empresas aumentan sus capitales de manera exponencial a la inutilidad de su servicio; a más inutilidad más dinero (nueva burbuja, en este caso tecnológica, que está a punto de reventar en no más de una década)

En una economía real de mercado capitalista, sólo se accede a un valor de uso por medio de la transformación del propio producto en valor de cambio, en dinero. De esta manera, la mercancía deja de tener valor por la cantidad de tiempo empleado en producirla. El tiempo utilizado es un tiempo abstracto, de esto deriva, que no son los hombres mismos quienes regulan la producción en función de sus necesidades sino que es el mercado el que regula la producción.

Así, el sujeto ya no es el hombre que produce, sino la mercancía. Para que los trabajos concretos privados, puedan ser sociales, o sea, útiles para los demás y para su productor, han de transformarse en trabajo abstracto, a partir de ahí, el aumento de trabajo abstracto es lo único que cuenta.

Según John Maynard Keynes: “Desde el punto de vista de la economía nacional, cavar agujeros y luego llenarlos es una actividad enteramente sensata”.

Cuanto más keynessianas sean las conductas economistas de nuestras sociedades, y más la mercancía se apodere del control de la sociedad, tanto más se irán minando los cimientos de la sociedad misma. La mercancía, el producto, destruye inexorablemente la sociedad de la mercancía. Marx lo llamaba “el fetichismo de la mercancía”. El amor que algunas personas, el fetichismo mejor llamado, sienten hacia ciertas mercancías es sólo un epitómeno o resumen del proceso por el cual la mercancía ha embrujado la vida entera social. Hoy en día, todo lo que la sociedad hace o puede hacer, está proyectado hacia las mercancías.

Guy Debord dice en “La sociedad del espectáculo”: “Todo lo que se vivía directamente se ha alejado en una representación”. En lugar de vivir en primera persona todas nuestras experiencias, contemplamos la vida desde la perspectiva de las mercancías. Añade Debord: “El espectáculo no canta  a los hombres y sus armas, sino a la mercancía y sus pasiones”. Debord, al igual que antes Marx, predijo en 1967: “En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la economía depende, de hecho, de ella…ahí donde estaba el Ello económico debe advenir el Yo…su contrario es la sociedad del espectáculo, donde la mercancía se contempla a sí misma en un mundo por ella creado”.

Vivimos la época de la copia en lugar del original, valoramos más a una  persona titulada que a alguien preparado, valoramos más la apariencia que la cultura, el arte naif y chabacano que el sublime y natural. La mercancía nos ha engañado como si fuera algo trivial y obvio, nos hemos abandonado en sus brazos, y sus brazos no nos sirven para acoger, sino más bien para sobrecoger…

No hay comentarios:

Publicar un comentario