"El dinero es una nueva forma de esclavitud, que sólo se distingue de la
antigua por el hecho de que es impersonal, de que no existe una
relación humana entre amo y esclavo." Tolstoy
El euro, el dólar y el yen están todos en crisis, y los pocos países a
los cuales las agencias evaluadoras todavía atribuyen un AAA, no
tendrán la capacidad suficiente como para salvar a la economía mundial.
Ninguna de las recetas económicas propuestas está funcionando. En
ninguna parte. El mercado libre no funciona mejor que el Estado, la
austeridad no sirve más que la reactivación mediante la demanda, el
keynesianismo no más que el monetarismo. El problema se ubica en un
nivel más profundo. Asistimos a una desvalorización del dinero en cuanto
tal, a la perdida de su papel, a su obsolescencia. No por una decisión
consciente por parte de una humanidad por fin cansada de lo que ya
Sófocles llamaba “la más funesta de las invenciones humanas”. Sino en un
proceso no controlado, caótico y extremadamente peligroso. Es algo como
quitarle su silla de ruedas a alguien después de haberlo privado del
uso de sus piernas durante mucho tiempo. El dinero es nuestro fetiche:
un dios que nosotros mismos hemos creado, del cual creemos que
dependemos y al cual estamos dispuestos a sacrificar todo con tal de
aplacar su ira.
¿Qué
hacer? No hacen falta los vendedores de recetas alternativas: economía
social y solidaria, sistemas de intercambios locales, monedas
alternativas (como monedas fundantes), ayuda mutua ciudadana… En el
mejor de los casos, esto sólo podría funcionar en algunos pequeños
nichos, mientras alrededor lo demás sigue funcionando. Por lo menos, hay
algo seguro: no es suficiente “indignarse” frente a los “excesos” de
las finanzas y la “codicia” de los banqueros. Aunque ésta existe
efectivamente, no es la causa, sino la consecuencia del agotamiento de
la dinámica capitalista. La sustitución del trabajo vivo – única fuente
de valor que, bajo la forma-dinero, es la finalidad exclusiva de la
producción capitalista – por tecnologías que no crean valor, llegó a
secar casi por completo la fuente de la producción de valor. Obligado
por la presión de la competencia a desarrollar nuevas tecnologías, el
capitalismo ha cortado la rama sobre la cual estaba sentado. Este
proceso, que desde un principio es parte de su lógica fundamental, ha
rebasado en las últimas décadas un umbral crítico. La no rentabilidad
del uso del capital no ha podido ser ocultada sino a través de una
expansión cada vez más masiva del crédito, que es un consumo anticipado
de las ganancias esperadas para el futuro. Ahora, hasta esta
prolongación artificial de la vida del capital parece haber agotado
todas sus posibilidades.
Por lo tanto, debemos plantearnos la necesidad – pero al mismo tiempo
constatar la posibilidad, la oportunidad – de salir de un sistema
basado en el valor y el trabajo abstracto, el dinero y la mercancía, el
capital y el salario. Este salto hacia lo desconocido puede asustar,
incluso a quienes no dejan de denunciar los crímenes de los
“capitalistas”. Por el momento, prevalece la cacería de los malos
especuladores. Aunque no podamos sino compartir la indignación frente a
las ganancias de los bancos, hay que subrayar que dicha actitud se queda
muy por debajo de una crítica del capitalismo como sistema. No es de
sorprenderse si Obama y Georg Soros dicen entender esta indignación. La
verdad es mucho más trágica : si los bancos caen y empiezan a darse
quiebras en cadena, si dejan de distribuir dinero, estamos en peligro de
hundirnos todos con ellos, pues desde hace mucho tiempo se nos ha
privado de la posibilidad de vivir de una forma que no sea gastando
dinero. Sería bueno volver a aprenderlo. Pero, ¡quien sabe a que
“precio” esto ocurrirá!