La in-justicia social en las relaciones sociales
En la actualidad
vivimos una mal llamada “guerra sana”, en la cual se aceptan y justifican
ciertos principios y mecanismos psicosociales que definen determinadas prácticas
humanas, me atrevería a llamar siniestras, en tanto que el fin justificaría los
medios.
Para un
empresario en la actualidad, el tema principal pasa por hacer cada vez más
sofisticadas las armas de su competitividad, sin importar cual deba ser el
precio o el camino a escoger para ello. Así, vamos viendo como esta “guerra
económica”, que no crisis, que estamos viviendo va destruyendo empresas y
fuentes de trabajo de manera implacable.
Pero a pesar de que el porcentaje de exclusión social y
marginalidad aumenta de manera vertiginosa en todo el mundo occidental, no todo
el mundo es consciente de que dichas víctimas del capitalismo atroz son
víctimas de una in-justicia. Únicamente
existe alguna protesta cuando existe una percepción y convicción clara de que
se ha cometido una in-justicia. Habitamos un mundo en donde, por lo general, el
hombre si bien es capaz de percibir el sufrimiento del otro, no necesariamente
lo asocia a un hecho de in-justicia. Es decir, si bien son conscientes del
padecer ajeno, muchas veces la sociedad, adopta una postura de resignación.
Resignación <> crisis de empleo.
Gabriel Tarde
pensaba a finales del siglo XIX y principios del XX, que vivir en sociedad era
estar inmerso en una especie de sonambulismo hipnótico, era estar dormido.
Planteaba la capacidad del súper-hombre como aquél con capacidad inventiva, y
sobre todas las cosas, con capacidad para despertar de esa especie de sueño que era vivir en
sociedad.
En la sociedad actual se ha banalizado el mal, experimentando las
relaciones sociales una evolución hacia el lado de la tolerancia, el
sufrimiento, la infelicidad y la injusticia. Esta evolución viene caracterizada
por la atenuación de las reacciones de cólera, indignación y movilización
colectiva, todas ellas necesarias si son bien encauzadas para llevar a cabo una
acción de solidaridad y justicia.
Esta pasividad viene también dada por la falta de proyectos
(políticos, económicos y sociales, a no ser los ya dados) capaces de
generar alternativas de cambio, por un
lado. Y por otro lado, por la sensación de la población de una libertad en sus
comportamientos y elecciones dada por el Estado (ilusoria por cierto), que trae
aparejada una garantía de sometimiento y perpetuidad del sistema. Para que el
individuo crea que funciona solo, es decir libre, el sistema asegura una cierta
credibilidad de autonomía en los ciudadanos y la reafirma periódicamente (a
través de personas, grupos políticos, medios de prensa…que ejecutan los
comportamientos oficiales que representarían la falsa ideología del ciudadano
con libertad de expresión). Generando esta ilusión, el Estado se asegura su
perdurabilidad y pleno dominio del sistema social.
En los medios de comunicación se habla de la violencia en las
calles, en los deportes, en las guerras…mientras se hace la vista gorda a la
violencia que se vive en el mundo del trabajo (bajos salarios, trabajo en “negro”,
competencia desleal, trabajo a des-horas, desconfianza, individualismo…), tanto
de los que lo tienen como de los que no.
Movidos por el miedo de la amenaza de despidos, los trabajadores
precarizan su mundo laboral:
-Intensificación de jornadas laborales, tanto en ritmo como en
horas trabajadas.
-Como estrategia defensiva de los trabajadores, nadie ve, oye, ni
habla.
-Surge el individualismo que desencadena en la competencia
desleal. Se niega lo que se ve u oye, se niega el sufrimiento ajeno y se acalla
el propio.
-El celo entre los compañeros de trabajo aparece en escena
alimentando las distancias, enfrentamientos, falta de confianza, rivalidad…
Ya no es el individuo el que está enfermo, es el sistema social en
su conjunto el que lo está. Este sistema se caracteriza por los lazos sociales
y son los que debemos mejorar si queremos cambiar.