La mercancía,
esto es, el producto, ha existido siempre y mientras exista el ser humano
siempre existirá, por mucho que cambie su forma de distribución. En una
economía como la nuestra, en que lo que cuenta NO es la utilidad de un producto sino únicamente su capacidad de
venderse y transformarse por mediación del dinero en otra mercancía, hay
ocasiones, como en la actualidad con tanta proliferación de “empresas” on line,
en la que la mercancía que se vende es cero y su resultado es cero. Pero gracias
a la publicidad y al dinero recibido en forma de subvenciones de los Estados,
estas empresas aumentan sus capitales de manera exponencial a la inutilidad de
su servicio; a más inutilidad más dinero (nueva burbuja, en este caso
tecnológica, que está a punto de reventar en no más de una década)
En una economía
real de mercado capitalista, sólo se accede a un valor de uso por medio de la
transformación del propio producto en valor de cambio, en dinero. De esta
manera, la mercancía deja de tener valor por la cantidad de tiempo empleado en
producirla. El tiempo utilizado es un tiempo abstracto, de esto deriva, que no
son los hombres mismos quienes regulan la producción en función de sus
necesidades sino que es el mercado el que regula la producción.
Así, el sujeto
ya no es el hombre que produce, sino la mercancía. Para que los trabajos
concretos privados, puedan ser sociales, o sea, útiles para los demás y para su
productor, han de transformarse en trabajo abstracto, a partir de ahí, el
aumento de trabajo abstracto es lo único que cuenta.
Según John
Maynard Keynes: “Desde el punto de vista
de la economía nacional, cavar agujeros y luego llenarlos es una actividad
enteramente sensata”.
Cuanto más
keynessianas sean las conductas economistas de nuestras sociedades, y más la
mercancía se apodere del control de la sociedad, tanto más se irán minando los
cimientos de la sociedad misma. La mercancía, el producto, destruye
inexorablemente la sociedad de la mercancía. Marx lo llamaba “el fetichismo de
la mercancía”. El amor que algunas personas, el fetichismo mejor llamado,
sienten hacia ciertas mercancías es sólo un epitómeno o resumen del proceso por
el cual la mercancía ha embrujado la vida entera social. Hoy en día, todo lo
que la sociedad hace o puede hacer, está proyectado hacia las mercancías.
Guy Debord dice
en “La sociedad del espectáculo”: “Todo
lo que se vivía directamente se ha alejado en una representación”. En lugar
de vivir en primera persona todas nuestras experiencias, contemplamos la vida
desde la perspectiva de las mercancías. Añade Debord: “El espectáculo no canta a los
hombres y sus armas, sino a la mercancía y sus pasiones”. Debord, al igual
que antes Marx, predijo en 1967: “En el
momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la economía
depende, de hecho, de ella…ahí donde estaba el Ello económico debe advenir el
Yo…su contrario es la sociedad del espectáculo, donde la mercancía se contempla
a sí misma en un mundo por ella creado”.
Vivimos la época
de la copia en lugar del original, valoramos más a una persona titulada que a alguien preparado,
valoramos más la apariencia que la cultura, el arte naif y chabacano que el
sublime y natural. La mercancía nos ha engañado como si fuera algo trivial y
obvio, nos hemos abandonado en sus brazos, y sus brazos no nos sirven para
acoger, sino más bien para sobrecoger…