domingo, 29 de junio de 2014

EN CUANTO A KEYNES



La mercancía, esto es, el producto, ha existido siempre y mientras exista el ser humano siempre existirá, por mucho que cambie su forma de distribución. En una economía como la nuestra, en que lo que cuenta NO es la utilidad de un producto sino únicamente su capacidad de venderse y transformarse por mediación del dinero en otra mercancía, hay ocasiones, como en la actualidad con tanta proliferación de “empresas” on line, en la que la mercancía que se vende es cero y su resultado es cero. Pero gracias a la publicidad y al dinero recibido en forma de subvenciones de los Estados, estas empresas aumentan sus capitales de manera exponencial a la inutilidad de su servicio; a más inutilidad más dinero (nueva burbuja, en este caso tecnológica, que está a punto de reventar en no más de una década)

En una economía real de mercado capitalista, sólo se accede a un valor de uso por medio de la transformación del propio producto en valor de cambio, en dinero. De esta manera, la mercancía deja de tener valor por la cantidad de tiempo empleado en producirla. El tiempo utilizado es un tiempo abstracto, de esto deriva, que no son los hombres mismos quienes regulan la producción en función de sus necesidades sino que es el mercado el que regula la producción.

Así, el sujeto ya no es el hombre que produce, sino la mercancía. Para que los trabajos concretos privados, puedan ser sociales, o sea, útiles para los demás y para su productor, han de transformarse en trabajo abstracto, a partir de ahí, el aumento de trabajo abstracto es lo único que cuenta.

Según John Maynard Keynes: “Desde el punto de vista de la economía nacional, cavar agujeros y luego llenarlos es una actividad enteramente sensata”.

Cuanto más keynessianas sean las conductas economistas de nuestras sociedades, y más la mercancía se apodere del control de la sociedad, tanto más se irán minando los cimientos de la sociedad misma. La mercancía, el producto, destruye inexorablemente la sociedad de la mercancía. Marx lo llamaba “el fetichismo de la mercancía”. El amor que algunas personas, el fetichismo mejor llamado, sienten hacia ciertas mercancías es sólo un epitómeno o resumen del proceso por el cual la mercancía ha embrujado la vida entera social. Hoy en día, todo lo que la sociedad hace o puede hacer, está proyectado hacia las mercancías.

Guy Debord dice en “La sociedad del espectáculo”: “Todo lo que se vivía directamente se ha alejado en una representación”. En lugar de vivir en primera persona todas nuestras experiencias, contemplamos la vida desde la perspectiva de las mercancías. Añade Debord: “El espectáculo no canta  a los hombres y sus armas, sino a la mercancía y sus pasiones”. Debord, al igual que antes Marx, predijo en 1967: “En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la economía depende, de hecho, de ella…ahí donde estaba el Ello económico debe advenir el Yo…su contrario es la sociedad del espectáculo, donde la mercancía se contempla a sí misma en un mundo por ella creado”.

Vivimos la época de la copia en lugar del original, valoramos más a una  persona titulada que a alguien preparado, valoramos más la apariencia que la cultura, el arte naif y chabacano que el sublime y natural. La mercancía nos ha engañado como si fuera algo trivial y obvio, nos hemos abandonado en sus brazos, y sus brazos no nos sirven para acoger, sino más bien para sobrecoger…

miércoles, 25 de junio de 2014

THAT´S ALL FALKS!


Karl Marx ya lo predijo.  Además de “La lucha de clases”, Marx previó la eventualidad de que llegaría algún día en que la máquina capitalista se detuviera, por sí misma, por agotamiento, por el propio agotamiento de su dinámica.
El capitalismo basa su fundamento en la producción, por ende, su propio funcionamiento esconde una bomba de relojería alojada en sus propios fundamentos, me explicaré a continuación. Para que el capital fructifique, y por tanto poder acumularlo, se necesita explotar la fuerza de trabajo. Pero para que el trabajador de ganancias a su empresario, se le debe equiparar a éste, con las herramientas necesarias para que pueda hacerlo en las mejores y seguras garantías. Hoy en día, en que vivimos la “época de la tecnología”, el I+D+I, a cada paso que un empresario da, recurriendo a las nuevas tecnologías aún más modernas, gana. Gana porque sus obreros producen más que los que no disponen de esta herramienta. Pero esta ganancia, SUPONE QUE EL SISTEMA ENTERO PIERDE. Y pierde porque las tan alabadas y premiadas tecnologías van reemplazando progresivamente el trabajo humano. El valor de cada mercancía contiene, por consiguiente, porciones cada vez más reducidas del trabajo humano. Pero el trabajo humano, es la única fuente de plusvalía del capitalismo, y por tanto de beneficio para el empresario. Al aumentar la tecnología reducimos los beneficios en su totalidad. Por tanto, como los gobernantes del globo son conscientes de ello, durante todo el final del siglo XX, se ha tendido a romper esta contradicción compensándola con el aumento de la producción a nivel mundial. Se aumentó la producción y se disminuyó el valor de cada mercancía.
Paradójicamente, este aumento de la productividad derivado de las nuevas tecnologías, paralizó la máquina capitalista. Para que los ya pocos trabajadores que quedaban en las fábricas, aún pudieran trabajar, se inyectaban ingentes cantidades de millones de divisas en inversiones tecnológicas. Esto es lo que Marx llamó “el capital ficticio”. Cuando en la década de los setenta del siglo pasado, se abandonó la convertibilidad de los dólares en oro, se eliminó la única válvula de seguridad que el sistema capitalista real tenía. Al aumentar el crédito (el crédito es anticipación de las futuras ganancias esperadas)  y la fabricación de divisas, se provocó una burbuja financiera paroxista que amenazaba con explotar. Pero cuando la plusvalía, esto es, la producción de valor se estanca, lo único que permite a los propietarios de capital obtener beneficios son las finanzas. El capitalismo SÓLO FUNCIONA A PARTIR DE LAS PLUSVALÍAS Y NO DE LOS PRODUCTOS CON VALOR DE USO.
Entonces para solucionar este problema, a partir de la década de los noventa aumentó el neoliberalismo intentando prolongar un poco más el sistema capitalista.
Ahora, después de la crisis que aún sufrimos desde el año 2007, se intenta regresar al Keynesianismo, sugerido desde la derecha y la izquierda, pero ya no hay suficiente dinero real a disposición de los Estados.
Las deudas de los Estados aumentan de manera sonrojante día a día: La deuda USA pasó de 7 BILLONES DE DÓLARES en 2008, antes del  iluminado Obama, a 13 BILLONES en 2013, cada ciudadano americano tiene una deuda de 41.800 dólares, cuando en 2008 era de 24.000. La deuda en España ha pasado de 436.000 MILLONES de euros en 2008, cuando comienza la segunda parte del acontecimiento planetario zapateril, a 960.000 MILLONES en 2013, ya con el salvador y milagrero Rajoy. Una deuda para cada españolito de 20.000 euros cuando en el 2008 era de 9.000.
Los préstamos que dan a Bancos y a Estados tienen cifras que a finales del siglo XX habrían hecho saltar todas las alarmas, deuda por otra parte, que la mayor parte de los Estados no van a poder pagar, el país Español el primero. La burbuja financiera sigue y sigue subiendo, burbuja por otro lado mucho más peligrosa aún que la inmobiliaria, sin que se tenga una válvula de escape.
La mercancía se acaba, el capitalismo está caput, la izquierda y la izquierda radical, quieren hacer creer a la gente que la culpa de todo la tuvo el neoliberalismo de capitalistas codiciosos, banqueros y políticos que se unieron en un mal común, alegaciones todas ellas que van por el camino de no querer ver que todo este sistema se ha acabado “That´s all falks!”. Por cierto, la izquierda deberá decidir si continúa criticando el sistema pero sigue dentro del mismo utilizando métodos arcaicos (comunismo y sucedáneos bolivarianos) o decide participar en un nuevo capitalismo emergente que incluye una parte de las críticas dirigidas contra sus excesos.

sábado, 21 de junio de 2014

ESPAÑOLICUS BOBISTÓFELES

Después de investigar durante muchos años el mundo de la violencia, la envídia, corrupción, inquina...que asola a la nación o plurinación española desde hace más de cinco siglos, por fin he hallado un gran descubrimiento que hace que se tambaleen todos mis cimientos de pensamiento crítico, que tenía acerca del comportamiento y emoción del españolito (llámese catalán, vasco, gallego, independentista, facha, progre, conservador, bolivariano, anárquico...) normal que pulula por nuestras calles.
Resulta que la gente españolita, no lleva un gen dentro, como yo he llegado a pensar, que hace que cada cierto tiempo modifiquen su comportamiento y comiencen a: matarse entre ellos dividiéndose en dos bandos, o se maten entre amigos, hermanos...expulsen y maten a judíos, moros, gitanos, vascos, catalanes..., se peleen contra otras naciones...sino que todo este comportamiento, surge a consecuencia de la picadura de un mosquito endémico de este país; el ESPAÑOLICUS BOBISTÓFELES.
Cada cierto tiempo, cuando el ambiente se encuentra más caldeado y el caldo de cultivo que se ha formado en el país con: la corrupción, el paro, egocentrismo, nacionalismos, desgobiernos, incultura...huele suficientemente a mierda, el bobistófeles comienza a reproducirse de manera epidémica, ya que en este ambiente es donde mejor se desenbuelve.
Los primeros síntomas que aparecen son:
  1. Aumento exponencial de la envidia, emoción esta ya de por sí alta en la mayoría de los humanos, pero que tras la picadura del bobistófeles aumenta hasta niveles insospechados, disfrazando sentimientos como el igualitarismo y la solidaridad en meras caricaturas.
  2. Oposición a todo lo que dicte un organo o institución. Opositar por opositar, sin dar más argumentos que la simple pataleta y oposición.
  3. Superpoderes mentales. El infectado cree saber de todo y más que nadie: de política, fútbol, economía, derecho, filosofía, ética, psicología, religión...Esta creencia aumenta hasta niveles paroxistas cuando en realidad el afectado, la mayor parte de las veces no tiene ni pajolera idea de ninguna de las cosas que dice.
Una vez que el portador se ha comportado como un mero insustancial suficientemente y el periodo de incubación de la enfermedad ya ha sobrepasado los cuatro años, se dan los siguientes síntomas:
  1. Exaltación y perdida de la alegría. El afectado expresa sus ideas, no desde la moderación y la comprensión y discusión con los demás, sino desde la exaltación, la verborrea, el mal gusto, la violencia...
  2. Falta de emociones. El infectado pierde los sentimientos por los demás, sólo conserva su egoísmo y envidia.
  3. Perdida de valores, figuras representativas, Totems, nihilismo exacerbado...Su lema es: ni dios, ni patria, ni ilusión.
  4. Rabia e impotencia que conduce a la violencia y la destrucción del otro, ya sea físico o material.
  5. Paroxismo y revolución. El sujeto espera la llegada de un salvador, y se conjura con él para conseguir un estado anárquico en el que impere la violencia y la igualdad de individuos.
  6. Muerte y aniquilación.
Por desgracia aún no se ha encontrado un antídoto contra la picadura de este insecto. Durante algunos años se pensaba que se había conseguido la aniquilación a lo largo de toda la península, exceptuando algún raro caso de individuo afectado por la picadura de una culebra enroscada a un patético hacha. Durante la época de la transición e inicios de la democracia, el españolito normal, parecía haberse amigado con el diferente, reinaba la cordialidad, y un comunista podía hablar y discutir tranquilamente sin llegar a la violencia con un fascista cada uno desde su posisicón.
La extinción del bobistófeles, que era solo un parecer, era un simple aletargamiento, y como suele suceder, siempre que se le ataca después de una gran guerra, se escondió en su cueva del averno esperando que llegaran mejores tiempos.  Y esos tiempos han llegado, la mierda y la corrupción ya han creado el caldo de cultivo necesario para que el mosquito salga de su escondrijo y comience a reproducirse de manera rápida y precisa. Aún con más virulencia si cabe. Ahora vemos infectados por su picadura en: televisiones, politicos, salvadores, religiosos, policías, tenderos...
Así, el españolito de a pie, repite su maldita historia. Desde los asesinos Reyes Católicos pasando por los horrores de las guerras vividas (Batalla de Lepanto, Guerra de Sucesión, Guerras Carlistas...) a la expulsión de todo aquél que no pensara o no fuere como ellos, o al exterminio de un bando contra otro bando.
Además, hoy en día parece ser que la españa que todos conocemos, está dividida en tres bandos: los progres o revolucionarios y guays, los fachas o conservadores y Bahsss, y los que son superiores. Estos últimos, los superiores han surgido en los últimos meses y son los más afectados por la picadura del bobistófeles. Al parecer, la reacción que provoca su picadura es más mortal y dañina que la que provoca en otros seres. Ellos se consideran superiores (denominan a los demás como lúmpenes)
Un simple insecto, de tamaño inferior a los dos centimetros, el Españolicus bobistófeles, ha vuelto por desgracia a infectar a una gran parte de la sociedad, y su epidemia está corriendo como la peste. Agarrémonos de donde podamos o sepamos, o mejor aún, escapemos de este paisito aún que podemos, porque el asalto final del bobistófeles está próximo a llegar.

jueves, 12 de junio de 2014

La cultura posmodernista del espectáculo

Debord lo había predicho (La sociedad del espectáculo, 1967. En 221 párrafos clasificados en nueve capítulos, Debord traza el desarrollo de una sociedad moderna en la que “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”. Debord argumenta que la historia de la vida social se puede entender como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. Esta condición en la cual la vida social auténtica se ha sustituido por su imagen representada, según Debord, que “el momento histórico en el cual la mercancia completa su colonización de la vida social”. El espectáculo es la imagen invertida de la sociedad en la cual las relaciones entre mercancías han suplantado relaciones entre la gente, en quienes la identificación pasiva con el espectáculo suplanta actividad genuina. “El espectáculo no es una colección de imágenes”, Debord escribe, “en cambio, es una relación social entre la gente que es mediada por imágenes”)
"En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la economía depende, de hecho, de ella... Ahí donde estaba el Ello económico debe advenir el Yo... Su contrario es la sociedad del espectáculo, donde la mercancía se contempla a sí misma en un mundo por ella creado"
 El inconsciente social, el Ello del espectáculo, sobre el que se funda la actual organización social, tuvo por tanto que movilizarse para tapar esa nueva grieta que se había abierto justamente en el momento en que el orden dominante se creía más seguro que nunca. Entre las medidas que tomó el inconsciente económico hallamos también las tentativas de neutralizar la crítica radical de la mercancía que había encontrado su más alta expresión en los situacionistas. Reducir a la mansedumbre a Debord mismo era imposible, a diferencia de cuanto ocurrió con casi todos los demás "héroes" de 1968. Y su teoría no dejaba margen al equívoco: "El espectáculo es el momento en que la mercancía ha conseguido la ocupación total de la vida social". El que nuestra época prefiere la copia al original, como dice Debord citando a Feuerbach, resulta ser verdadero también respecto a la crítica radical misma.

Según Debord, el espectáculo es el triunfo del parecer y del ver, donde la imagen sustituye a la realidad. Debord menciona la televisión sólo a modo de ejemplo; el espectáculo es para él un desarrollo de aquella abstracción real que domina a la sociedad de la mercancía, basada en la pura cantidad. Pero si estamos inmersos en un océano de imágenes incontrolables que nos impiden el acceso a la realidad, entonces parece más atrevido todavía que se diga que esa realidad ha desaparecido del todo y que los situacionistas fueron aún demasiado tímidos y demasiado optimistas, ya que ahora el proceso de abstracción ha devorado a la realidad entera y el espectáculo es hoy en día aún más espectacular y más totalitario de cuanto se había imaginado, llevando sus crímenes al extremo de asesinar a la realidad misma. Los discursos "posmodernos" que irradiaron de la Francia de los años setenta se sirvieron generosamente de las ideas situacionistas, naturalmente sin citar una fuente tan poco decorosa, aunque en absoluto la ignoraban, incluso por vía de ciertas trayectorias personales. Los posmodernos, al aparentar que iban aún más allá de la teoría situacionista, en verdad la convirtieron en lo contrario de lo que era. Una vez se confunda el espectáculo, que es una formación histórico-social bien precisa, con el atemporal problema filosófico de la representación en cuanto tal, todos los términos del problema se vuelven del revés sin que se note demasiado.
 Esa supuesta desaparición de la realidad, que se presenta pomposamente como una verdad incómoda y aun como una revelación terrible, en verdad es lo más tranquilizador que puede haber en estos tiempos de crisis. Si el carácter tautológico del espectáculo, denunciado por Debord, expresa el carácter automático de la economía de la mercancía que, sustraida a todo control, anda locamente a la deriva, entonces hay efectivamente mucho que temer. Pero si los signos, en cambio, sólo se refieren a otros signos y así seguido, si jamás se encuentra el original de la copia infiel, si no hay valor real que deba sostener, aunque sin lograrlo, el cúmulo de deudas del mundo, entonces no hay absolutamente ningún riesgo de que lo real nos alcance. Los pasajeros del Titanic pueden quedarse a bordo, como dice Robert Kurz, y la música sigue sonando. Entonces cabe fingir también que se está pronunciando un juicio moral radicalmente negativo acerca de tal estado de las cosas; pero tal juicio queda en mero perifollo cuando ninguna contradicción del ámbito de la producción logra ya sacudir ese mundo autista. Y, sin embargo, es justamente en el terreno de la producción que se halla la base real de la fascinación que ejerce el "simulacro": en el sistema económico mundial que, gracias a esas contradicciones de la mercancía de las que no se quiere saber nada, ha tropezado con sus límites económicos, ecológicos y políticos; un sistema que se mantiene con vida sólo gracias a una simulación continua. Cuando los millones de billones de dólares de capital especulativo "aparcados" en los mercados financieros, o sea todo el capital ficticio o simulado, vuelva a la economía "real", se verá que el dinero especulativo no era tanto el resultado de una era cultural de la virtualidad (más bien lo contrario es cierto) como una desesperada huida hacia delante de una economía en desbandada. Detrás de tantos discursos sobre la desaparición de la realidad, no se esconde sino el viejo sueño de la sociedad de la mercancía de poder liberarse del todo del valor de uso y los límites que éste impone al crecimiento ilimitado del valor de cambio. No se trata aquí de decidir si esa desaparición del valor de uso, proclamada por los posmodernos, es positiva o no; el hecho es que es rigurosamente imposible, aunque a muchos les parezca deseable. Que no exista sustancia alguna, que se pueda vivir eternamente en el reino del simulacro: he aquí la esperanza de los dueños del mundo actual. Corea del Sur e Indonesia son los epitafios de las teorías posmodenas.

Pero el haber descrito los procesos de virtualización y habérselos tomado en serio constituye también el momento de verdad que contienen las teorías posmodernas. Como mera descripción de la realidad (a su pesar) de los últimos decenios, esas teorías se muestran a menudo superiores a la sociología de inspiración marxista. Supieron denunciar con justeza la fijación de los marxistas en las mismas categorías capitalistas como el trabajo, el valor y la producción; y así parecían colocarse, por lo menos en los inicios, entre las teorías radicales que mayormente recogieron el legado de 1968. Pero luego acaban siempre hablando de los verdaderos problemas sólo para darles respuestas sin origen ni dirección. En los Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, de 1988, Debord compara ese tipo de crítica seudo-radical a la copia de un arma a la que sólo falta el percutor. Al igual que las teorías estructuralistas y postestructuralistas, los posmodernos comprenden el carácter automático, autorreferencial e inconsciente de la sociedad de la mercancía, pero sólo para convertirlo en un dato ontológico, en lugar de reconocer en ello el aspecto históricamente determinado, escandaloso y superable de la sociedad de la mercancía.

martes, 3 de junio de 2014

Discurso de D. F. Wallace en Kenyon College, 2005

Erase dos peces jóvenes que nadaban juntos cuando de repente se toparon con un pez viejo, que los saludó y les dijo, "Buenos días, muchachos ¿Cómo está el agua?" Los dos peces jóvenes siguieron nadando un rato, hasta que eventualmente uno de ellos miró al otro y le preguntó, "¿Qué demonios es el agua?"
Yo no soy el pez sabio y viejo, ni los demás son los jóvenes e idiotas. El punto de partida de esta entrada es simplemente, que las realidades más importantes y obvias son a menudo las más difíciles de ver y explicar. Enunciado como una frase, por supuesto, suena a un lugar común banal, pero el hecho es que las banalidades en el ajetreo diario de la existencia adulta pueden tener una importancia de vida o muerte, o así es como me gustaría a mí presentarlo.
Si alguien que lee esta entrada, fue alguna vez de estudiante como yo, nunca hubiesen querido escuchar esto, y se sentirán insultados cuando les dicen que precisaron de alguien que les enseñara a pensar, porque dado que fueron admitidos en la universidad precisamente por esto, parece obvio que ya sabían cómo hacerlo. Pero voy a hacerme eco de ese lugar común que no creo sea insultante, porque lo que verdaderamente importa en la educación –la que se supone obtenemos en un lugar como éste– no vendría a ser aprender a pensar, sino a elegir cómo vamos a pensar. Si la completa libertad para elegir acerca de qué pensar les parece obvia y discutir acerca de ella una pérdida de tiempo, les pido que piensen acerca de la anécdota de los dos peces y el agua y que dejen entre paréntesis por unos segundo vuestro escepticismo acerca del valor de lo que es obvio por completo.

Les voy a contar otra de estas historias didácticas. Había dos personas sentadas en la barra de un bar en la parte más remota de Alaska. Uno de ellos era religioso, el otro ateo y ambos discutían acerca de la existencia o no de dios con esa especial intensidad que se genera luego de la cuarta cerveza. El ateo contó, ‘mirá, no es que no tenga un real motivo para no creer.  No es que nunca haya experimentado todo el asunto ese de dios, rezarle y esas cosas. El mes pasado, sin ir más lejos, me sorprendió una tormenta terrible cuando aún me faltaba mucho camino para llegar al campamento. Me perdí por completo, no podía ver ni a dos metros, hacía 50 grados bajo cero y me derrumbé: caí de rodillas y recé “Dios mío, si en realidad existes, estoy perdido en una tormenta y moriré si no me ayudas, ¡por favor!”. El creyente entonces lo mira sorprendido: ‘Bueno, eso quiere decir entonces que ahora crees! De hecho estás aquí vivo!”. El ateo hizo una mueca y dijo: “No, hermano, lo que pasó fue que de pronto aparecieron dos esquimales y me ayudaron a encontrar el camino al campamento…”.

Es fácil hacer un análisis típico en las Humanidades: una misma experiencia puede significar cosas totalmente distintas para diferentes personas si tales personas tienen distinto marco de referencia y diferentes modo de elaborar significados a partir de su experiencia. Dado que apreciamos la tolerancia y la diversidad de creencias, en cualquiera de los análisis posibles jamás afirmaríamos que una de las interpretaciones es correcta y la otra falsa. Lo que en sí está muy bien, lástima que nunca nos extendemos más allá y nos proponemos descubrir los fundamentos del pensamiento de cada uno de los interesados. Y me refiero a de qué parte del interior de cada uno de ellos surgen sus ideas. Si su orientación básica en referencia al mundo y el significado de su experiencia viene ‘cableado’ como su altura o talla del calzado, o si en cambio es absorbida de la cultura, como su lenguaje. Es como si la construcción del sentido no fuera realmente una cuestión de elección intencional y personal. Y más aún, debemos incluir la cuestión de la arrogancia. El ateo de nuestra historia está totalmente convencido de que la aparición de esos dos esquimales nada tiene que ver con el haber rezado y pedido ayuda a dios. Pero también debemos aceptar que la gente creyente puede ser arrogante y fanática en su modo de ver. Y hasta puede que sean más desagradables que los ateos, al menos para la mayoría de nosotros. Pero el problema del dogmatismo del creyente es el mismo que el del ateo: certeza ciega, una cerrazón mental tan severa que aprisiona de un modo tal que el prisionero ni se da cuenta que está encerrado.
Aquí apunto a lo que yo creo que realmente significa que me enseñen a pensar. Ser un poco menos arrogante. Tener un poco de conciencia de mí y mis certezas. Porque un gran porcentaje de las cuestiones acerca de las que tiendo a pensar con certeza, resultan estar erradas o ser meras ilusiones. Y lo aprendí a los golpes y les pronostico otro tanto a ustedes.
Les daré un ejemplo de algo totalmente errado pero que yo tiendo a dar por sentado: en mi experiencia inmediata todo apuntala mi profunda creencia de que yo soy el centro del universo, la más real, vívida e importante persona en existencia. Raramente pensamos acerca de este modo natural de sentirse el centro de todo ya que es socialmente condenado. Pero es algo que nos sucede a todos. Es nuestro marco básico, el modo en que estamos ‘cableados’ de nacimiento. Piénsenlo: nada les ha sucedido, ninguna de vuestras experiencias han dejado de ser percibidas como si fueran el centro absoluto. El mundo que perciben lo perciben desde ustedes, está ahí delante de ustedes, rodeándolos o en vuestro monitor o en la TV. Los pensamientos y sentimientos de las otras personas nos tienen que ser comunicados de algún modo, pero los propios son inmediatos, urgentes y reales.

Y, por favor, no teman que no me dedicaré a predicarles acerca de la compasión o cualquiera de las otras virtudes. Me refiero a algo que nada tiene que ver con la virtud. Es cuestión de mi posibilidad de encarar la tarea de, de algún modo, saltear o verme libre de mi natural e ‘impreso’ modo de operar que está profunda y literalmente auto centrado y que hace que todo lo vea a través de los lentes de mi mismidad. A gente que logra algo de esto se los suele describir como ‘bien equilibrado’ y me parece que no es un término aplicado casualmente.

Y dado el entorno en el que ahora nos encontramos es adecuado preguntarnos cuánto de este re-ajuste de nuestro marco referencial natural implica a nuestro conocimiento o intelecto. Es una pregunta difícil. Probablemente lo más peligroso de mi educación académica –al menos en lo que a mí respecta– es que tiende a la sobre intelectualización de las cosas, que me lleva a perderme en argumentos abstractos en mi cabeza en vez de, simplemente, prestar atención a lo que ocurre dentro y fuera de mí.

Estoy seguro de que ustedes ya se han dado cuenta de lo difícil que resulta estar alerta y atentos en lugar de ir como hipnotizados siguiendo el monólogo interior (algo que puede estar sucediendo ahora mismo). Veinte años después de mi propia graduación llegué a comprender el típico cliché liberal acerca de las Humanidades enseñándonos a pensar: en realidad se refiere a algo más profundo, a una idea más seria: porque aprender a pensar quiere decir aprender a ejercitar un cierto control acerca de qué y cómo pensar. Implica ser consiente y estar atentos de modo tal que podamos elegir sobre qué poner nuestra atención y revisar el modo en que llegamos a las conclusiones a las que llegamos, al modo en que construimos un sentido en base a lo que percibimos. Y si no logramos esto en nuestra vida adulta, estaremos por completo perdidos. Me viene a la mente aquella frase que dice que la mente es un excelente sirviente pero un pésimo amo.

Como todos los clichés superficialmente es soso y poco atractivo, pero en realidad expresa una verdad terrible. No es casual que los adultos que se suicidan con un arma de fuego lo hagan apuntando a su cabeza. Intentan liquidar al tirano. Y la verdad es que esos suicidas ya estaban muertos bastante antes de que apretaran el gatillo.

Y les digo que este debe ser el resultado genuino de vuestra educación en Humanidades, sin mentiras ni chantadas: como impedir que vuestra vida adulta se vuelva algo confortable, próspero, respetable pero muerto, inconsciente, esclavo de vuestro funcionar ‘cableado’ inconsciente y solitario. Esto puede sonar a una hipérbole o a un sinsentido abstracto. Pero ya que estamos pensemos más concretamente. El hecho real es que ustedes,no tienen la menor idea de lo que implica el día a día de un adulto. Resulta que en estos discursos de graduación nunca se hace referencia a cómo transcurre la mayor parte de la vida de un adulto norteamericano. En una gran porción esa vida implica aburrimiento, rutina y bastante frustración. Vuestros padres y parientes mayores que aquí los acompañan deben de saber bastante bien a qué me estoy refiriendo.

Pongamos un ejemplo. Imaginemos la vida de un adulto típico. Se levanta temprano por la mañana para concurrir a un trabajo desafiante, un buen trabajo si quieren, el trabajo de un profesional que con entusiasmo trabaja por ocho o diez horas y que al final del día lo deja bastante agotado y con el único deseo de volver a casa y tener una buena y reparadora cena y quizá un recreo de  una o dos horas antes de acostarse temprano porque, por supuesto, al otro día hay que levantarse temprano para volver al trabajo. Y ahí es cuando esta persona recuerda que no hay nada de comer en casa. No ha tenido tiempo de hacer las compras esta semana porque el trabajo se volvió muy demandante y ahora no hay más remedio que subirse al auto y, en vez de volver a casa, ir a un supermercado. Es la hora en que todo el mundo sale del trabajo y las calles están saturadas de autos, con un tránsito enloquecedor. De modo que llegar al centro comercial le lleva más tiempo que el habitual y, cuando al fin llega, ve que el supermercado está atestado de gente que como él,  que luego de un día de trabajo trata de comprar las provisiones que no pudo comprar en otro momento. El lugar está lleno de gente y la música funcional y melosa hacen que sea el último lugar de la tierra en el que se quiere estar, pero es imposible hacer las cosas rápido. Debe andar por esos pasillos atiborrados de gente, confusos a la hora de encontrar lo que uno busca y debe maniobrar con cuidado el carrito entre toda esa gente apurada y cansada (etc. etc. etc., abreviemos que es demasiado penoso) y al fin, luego de conseguir todo lo que necesitaba, se dirige a las cajas que, por supuesto, están casi todas cerradas a pesar de ser la hora pico, y las que están funcionando lo hacen con unas demoras colosales, lo que es enojoso, pero esta persona se esfuerza por dejar de sentir odio por la cajera que parece moverse en cámara lenta, quien está saturada de un trabajo que es tedioso, carente de sentido de un modo que sobrepasa la imaginación de cualquiera de los aquí presentes en nuestro prestigioso colegio.

Bueno, al fin esta persona consigue llegar a ser atendida, paga por sus provisiones y escucha que le dicen ‘que tenga un buen día’ con un voz que es la de la muerte. Luego tiene que cargar todas sus bolsas en el carrito que tiene una rueda chueca e insiste en irse para un costado y hace que el camino hasta el auto lo saque de quicio; luego tiene que cargar todo en el baúl y salir de ese estacionamiento lleno de autos que circulan a dos por ahora buscando un lugar libre ¡y todavía queda el camino a casa!, con un tránsito pesado, lento y plagado de enormes 4x4 que parecen ocupar toda la calle, etc. etc. etc.

Todos aquí han pasado por esto, claro. Pero aun no es parte de vuestra rutina de graduados, semana a semana, mes a mes, año a año. Pero lo será. Y cantidad de otras tareas fastidiosas y sin sentido aparente que les esperan. Pero no es este el punto al que me refiero. El punto es que estas tareas de mierda, insignificantes y frustrantes son las que permiten escoger qué y como pensar. Ya que debido al tránsito congestionado, o a los pasillos atiborrados de gente con carritos, o a las larguísimas colas, tengo tiempo para pensar y si no tomo una decisión consiente acerca de cómo pensar, de a qué prestar atención, me sentiré frustrado y jodido cada vez que me vea en estas situaciones. Porque el ajuste natural me dice que estar situaciones me afectan a MI. A MI hambre, a MI fatiga, a Mi deseo de estar en casa y me hace ver que toda esa gente se mete en MI camino. Y ¿quiénes son, después de todo? Miren qué repulsivos son, que caras de estúpidos portan, esa mirada de vacas, no parecen humanos, y que enojosos y groseros son hablando en voz alta por sus celulares todo el tiempo. Es absolutamente injusto e incordiante que me encuentre ahí, entre ESA gente.

Y, claro, además, como pertenezco a una clase de gente socialmente más consiente, gente de Humanidades, me parece terrible quedar atrapado en el tránsito de la hora pico entre esas tremendas 4x4, esos autazos de 12 cilindros que desperdician egoístamente sus tanques de 80 litros de un combustible cada vez más escaso, y puedo asegurar que las calcomanías con los slogans más religiosos y patrióticos están pegados en vidrios de los más enormes, llamativos y egoístas de los vehículos, conducidos por los más horrendos personajes (aplausos y respondiendo a esos aplausos) –este no es un ejemplo de cómo debemos pensar, ojo! –, conductores detestables, desconsiderados y agresivos. Y también puedo imaginar cómo nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos van a acordarse de nosotros por derrochar el combustible y probablemente joder el clima, y pensar en lo egoístas y estúpidos que fuimos por permitirlo y como nuestra sociedad consumista es detestable, etc., etc., etc.

Ya pescaron la idea.

Si yo escojo pensar así cuando me encuentro atrapado en el tránsito o en los pasillos de un supermercado, bueno, a la mayoría nos pasa. Porque este modo de pensar es tan automático, tan natural y establecido que no implica ninguna chance ni elección. Es el modo automático en que percibo la parte aburrida y frustrante de la vida adulta, cuando me dejo ir en automático, inconscientemente, cuando me creo el centro del mundo y que mis necesidades y sentimientos inmediatos determinan las prioridades de todo el mundo, que creo gira a mi alrededor.

La cosa es que, claro, hay otras maneras por completo diferentes de pensar acerca de estas situaciones. En ese transito entorpecido, con vehículos que dificultan mi avance, puede que, en una de esas horrorosas 4x4, haya un conductor que luego de un horrible accidente de tránsito se haya sentido tan acobardado que el único modo de volver a manejar es sintiéndose protegido dentro de uno de esos tanques. O que aquella camioneta que corta mi paso imprudentemente, esté conducida por un padre que lleva a su hijo enfermo o accidentado y se apura por llegar a una guardia médica, o que está en una situación más urgente y legítima que la que yo me encuentro, y que en realidad yo soy el que se mete en SU camino.

O puedo elegir pensar y considerar que todos los que nos encontramos en esa larga cola del supermercado estamos tan aburridos y nos sentimos tan mal como me siento yo y que algunos de ellos probablemente tengan una vida más tediosa y dolorosa que la mía.

De nuevo, por favor, no crean que estoy dando consejos moralistas, o que sugiero el modo en que tienen que pensar ustedes, o que señalo cómo se espera que ustedes piensen. Porque esto que les describo es muy difícil. Requiere de mucha voluntad y esfuerzo y, si son como yo, algunos días no lo lograrán o simplemente se dejarán llevar por la comodidad y falta de ganas.

Pero puede pasar que, si están atentos los suficiente como para darse a ustedes mismos la opción, podrán escoger una manera distinta de percibir a esa gorda, de ojos muertos, sobre maquillada que no deja de gritar a su hijito en la fila. Quizá ella no es siempre así. Quizá lleva tres noches sin dormir sosteniendo la mano de su marido que muere de cáncer en los huesos. O quizá esta señora es la misma que ayer ayudó a tu señora a resolver ese horrendo trámite en el Registro Automotor mediante un simple acto de gentileza. Claro, sí, nada de esto es lo habitual, pero tampoco es imposible. Todo depende de lo que uno elija pensar. Si estás seguro de saber exactamente cuál es la realidad y estás operando en automático como me suele suceder a mí, entonces no dejarás de pensar en posibilidades enojosas y miserables. Pero si en realidad aprendes a prestar atención, te darás cuenta de que en realidad hay otras opciones. Vas a poder  percibir ese atestado, caluroso, y lento infierno no solo como significativo, sino como algo sagrado, consumido por las mismas llamas que las estrellas: amor, comunión, esa unidad mística que hay bien en lo profundo de las cosas.

No afirmo que esta mística se necesariamente verdadera. Pero lo que sí lleva una V mayúscula es la Verdad de que podés decidir cómo te lo vas a tomar.

Esto, yo les aseguro, es la libertad que otorga la educación real. Aprender a cómo estar bien balanceado. Y cada uno decidir qué tiene y qué no tiene sentido. Decidir conscientemente qué es lo que vale la pena venerar.

Y he aquí algo raro, pero que es verdad: en las trincheras del día a día de la vida de un adulto, no existe el ateísmo. No hay tal cosa como la ‘no-veneración’. Todo el mundo es creyente. Y quizá la única razón por la que debamos cuidarnos al elegir qué venerar, cualquier camino espiritual –llámese Cristo, Allah, Yaveh, la Pachamama, las Cuatro Nobles Verdades o cualquier set de principios éticos– es que, sea lo que sea que elijas, te devorará en vida. Si elegís adorar el dinero y los bienes materiales, nunca tendrás suficiente. Si elegís tu cuerpo, la belleza y ser atractivo, siempre te vas a sentir feo y cuando el tiempo y la edad se manifiesten, padecerás un millón de muertes antes de que al fin te entierren. En cierto modo, todos lo sabemos. Esto fue codificado en mitos, leyendas, cuentos, proverbios, epigramas, parábolas, en el esqueleto de toda gran historia. El verdadero logro es mantener esta verdad consiente en el día a día. Si elegís venerar el poder, terminarás sintiéndote débil y necesitarás cada día de más poder para no creerte amenazado por los demás. Si elegís adorar tu intelecto, ser reconocido como inteligente, terminarás sintiéndote un estúpido, un chasco, siempre al borde de ser descubierto. Pero lo más terrible de estas formas de adoración no es que sean pecaminosas o malas, es que son inconscientes. Son el funcionamiento por default.

Día a día nos vamos sumergiendo en un modo cada vez más selectivo acerca de a qué prestar atención, qué percibir como bueno y deseable, sin siquiera ser consientes de lo que estamos haciendo.

Y el mundo real no te va a desalentar en este modo de operar, porque el así llamado mundo real está esculpido del mismo modo, dinero y poder que se regodean juntos en una piscina de miedo y odio y frustración y ambición y adoración al YO. Las fuerzas de nuestra cultura dirigen a estas fuerzas en pos de las riquezas, confort y libertad individual. Libertad para ser los señores de nuestro diminuto reino mental, solitarios en el centro de la creación. Este tipo de libertad es muy tentadora. Pero hay otros tipo de libertad pero justo del tipo de libertad que es el más precioso no vas a escuchar mucho en este mundo que nos rodea, de puro desear y conseguir.

La libertad que importa verdaderamente implica atención, conciencia y disciplina, y estar realmente interesados en el bienestar de los demás y estar dispuestos a sacrificarnos por ellos una y otra vez en miríadas de insignificantes y poco atractivas maneras, todos los días.

Esa es la libertad real. Eso es ser educado y entender cómo pensar. La alternativa es lo inconsciente, lo automático, el funcionamiento por default, el constante sentimiento de haber tenido y perdido alguna cosa infinita.

Yo sé que esto que les digo puede sonar poco divertido y que roza en lo grandilocuente  espiritual en el sentido que un discurso de graduación debe sonar. Lo que quiero que rescaten, del modo en que yo lo veo, es el tema de la V mayúscula de Verdad, dejando fuera todas las linduras retóricas. Ustedes son libres de pensar como quieran. Pero por favor, no tomen este discurso como a un sermón de esos con el dedito apuntando acusatoriamente. Nada de esto tiene que ver con moralidad o religión o dogma ni con las grandes preguntas luego de la muerte.

La V mayúscula de Verdad se refiere a la vida ANTES de la muerte.

Es acerca de los valores que implica la real educación, que no tiene nada que ver con el acumular conocimiento y sí con la simple atención, atención a lo que es real y esencial, tan oculto en plena vista a nuestro alrededor, todo el tiempo, que tenemos que estar constantemente recordándonos a nosotros mismos, una y otra vez: Esto es agua. Esto es agua. Esto es agua.

Es inimaginablemente arduo de llevar a cabo, estar consientes y vivos en el mundo adulto, día a día. Lo que trae a colación otro gran cliché archisabido: la educación ES un trabajo para toda la vida. Y comienza ahora.

Les deseo que tengan más que suerte!