El Fetichismo de Karl Marx
El mundo
contemporáneo se caracteriza por la prevalencia total del fenómeno que Karl
Marx llamó fetichismo de la mercancía. Este término, a menudo
malentendido, indica mucho más que una adoración exagerada a las mercancías, y
va más allá de indicar una simple mistificación o engaño. Se refiere al hecho
de que en la sociedad moderna y capitalista la mayor parte de las actividades
sociales toman la forma de mercancía, ya sea material o no. El valor de una
mercancía, según Karl Marx, está determinado por el tiempo de trabajo necesario
para su producción. No son las cualidades concretas de los objetos las que
deciden el destino de los mismos, sino la cantidad de trabajo incorporada en
ellos, y esa cantidad se expresa siempre en una suma de dinero. Los productos
creados por el hombre comienzan así a llevar una vida autónoma, gobernada por
las leyes del dinero y de su acumulación en capital. El término
“fetichismo de la mercancía” hay que tomarlo al pie de la letra: los hombres
modernos se comportan igual que los que ellos llaman “salvajes”: veneran a los
fetiches que ellos mismos han producido, atribuyéndoles una vida independiente
y el poder de gobernar a los hombres. Este fetichismo de la mercancía no es una
ilusión o un engaño: es el modo de funcionamiento real de la sociedad de la mercancía. Esta religión
materializada implica, entre otras cosas, que todos los objetos y todos los
actos, en tanto que mercancías, sean iguales. No son nada más que cantidades
más o menos grandes de trabajo acumulado, y, en consecuencia, de dinero.
Para enfatizar
el carácter específico del fetichismo a la sociedad productora de mercancías,
Marx da varios ejemplos de producción social no fetichistas.
Uno de ellos es
el de un náufrago en una isla, que debe repartir su tiempo entre los distintos
trabajos útiles necesarios para producir los distintos bienes de subsistencia.
Siendo el único productor y consumidor de estos bienes, claramente estos no son
mercancías, y el náufrago distribuirá su día de trabajo entre los distintos trabajos
útiles según lo vea necesario. El proceso de producción es determinado
racionalmente por el propio productor/consumidor.
Otro ejemplo es
el de los siervos de la Edad Media, signada por la dependencia personal. Aquí
el siervo trabaja para sí mismo y para su señor feudal siempre produciendo
bienes para el consumo directo, y no mercancías. "Las relaciones
sociales existentes entre las personas en sus trabajos se ponen de manifiesto
como sus propias relaciones personales y no aparecen disfrazadas de relaciones
sociales entre las cosas, entre los productos del trabajo."
Otro ejemplo,
que ya involucra el trabajo colectivo, es el de una familia patriarcal rural.
Aquí los distintos trabajos útiles se distribuyen entre los distintos miembros
de la familia. Pero los bienes producidos por esos trabajos útiles no son
mercancías, y por lo tanto los distintos trabajos útiles se enfrentan entre sí
como distintas funciones sociales de la colectividad (en este caso, la
familia).
Finalmente,
Marx expone el caso de una "asociación de hombres libres que trabajen
con medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas
fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social". En
este caso, tendríamos las mismas determinaciones del trabajo que en el caso del
náufrago, "sólo que de manera social, en vez de individual".
Todos los productos de esta asociación son sociales, de propiedad común, y por
lo tanto no se enfrentan entre sí como mercancías. Sin importar cómo se regule
la distribución del producto social entre los individuos que componen la
asociación, "las relaciones sociales de los hombres con sus trabajos y
con los productos de éstos, siguen siendo aquí diáfanamente sencillas, tanto en
lo que respecta a la producción como en lo que atañe a la distribución".
Las relaciones entre las personas son directas y claras, sin ser mediatizadas
por las cosas.
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